viernes, 17 de mayo de 2024

Ejemplares momentos de la Industria del Calzado. Los primeros zapateros

 


Alguna vez nos hemos replanteado la figura casi idílica de quienes fueron los primeros zapateros que vivieron y trabajaron en aquellos albores de la industria del calzado eldense, y protagonizaron el paso de la más pura artesanía a la fabricación en serie. 

Algunos historiadores nos han revelado datos por informaciones extraídas de los censos de la época, lo que se llamó “El Libro de la Seguridad Pública” que forman parte de los archivos municipales, y en el que se encuentran nombres de personas y oficios hacia la mitad del siglo XIX.

Según nos relata H. Soria del Castillo, que fue quizá el adelantado que se refirió a los antiguos zapateros de la villa, que uno de los primeros zapateros eldenses se llamaba Ramón "el Guiña", que trabajaba a las puertas de su casa en la calle San Antón, preparando zapatos de niño para comuniones y los vendía en los mercadillos de Salinas y otras pequeñas aldeas a las que se desplazaba caminando.

Cuando la industria del esparto estaba en todo su apogeo en Elda (aunque no nos consta que fuera para realizar calzado) y también había otras como la del papel de estraza, este hombre, el Guiña, era el hazmerreír del barrio en el que trabajaba a las puertas de su casa, y algunos se preguntaban el por qué de aquel oficio que, en aquellos primeros años del siglo XIX, era casi exclusivo de personas pobres, como así se hacía constar en el mencionado libro de Seguridad Pública, cuando se inscribía un nombre de profesión zapatero. Con frecuencia no era extraño que incluso se dirigiesen al mencionado Guiña, increpándole que estaba perdiendo el tiempo en hacer esos zapatos que probablemente nadie iba a comprar. Ese hombre, quizá desengañado de una profesión que no era suficientemente apreciada por sus conciudadanos, acabó sus días de portero en el Manicomio Provincial de distrito que estaba instalado a la entrada del pueblo, en el edificio en el que años antes se ubicara el Convento de Franciscanos, el que fuera inspiración para la obra de Castelar “Fray Filipo”.

A la vista de las inscripciones en el censo de trabajadores, donde aparecían peones o braceros casi analfabetos, se podían leer apellidos como: Yago, Mira, Esterlic, Castelló, Payá, Maestre, entre otros; estos pioneros realizaban los zapatos ayudados por su familia, por lo que no resulta raro que alguno de esos apellidos se extendiesen por la villa al pasar la profesión de padres a hijos.

Como era costumbre en los pueblos, el nombre de alguno de aquellos zapateros se conocía más por el apodo o mote que por el nombre y apellido, de ahí “el Chulo”, el nombrado “Guiña”, “Payá mayor” o Payá menor”, entre muchos otros. En alguna ocasión me contaba mi recordado amigo Isidro Aguado, que su abuelo, antes de llegar a ser el pionero en la fabricación de hormas, fue zapatero manual y también tallaba sus propias hormas de madera, algo que no era insólito, pero sí una excelencia tallarlas con la calidad con las que las realizaba Aguado. “Isidro el tallista”, le llamaban dada su destreza en los albores de la confección de calzado en serie. Isidro comenzaría desde muy joven a formarse como zapatero de silla que y, como muchos, también compaginaría este incipiente oficio con salarios de miseria con otras actividades locales incluida la agricultura.

El inicio del oficio de la fabricación en serie en Elda, en un dibujo monocromo en tinta, de Gabriel Poveda Rico “Leirbarg” recreando una estampa familiar de mediados del siglo XIX.

Los libros de censo o padrón de oficios de mediados del siglo XIX no recogían muchos de los que trabajaban haciendo zapatos y compatibilizando esta con otras actividades en las que Elda destacaba, como majar esparto, que incluía la recogida; hacer papel de estraza; o simplemente braceros o arrieros de la villa, de ahí que nombres que serían destacados en el mundo del calzado de aquellos años, como es el caso de Aguado, no aparecieran en referencias censales.

Lo cierto es que el oficio nació del propio oficio, es decir, los zapateros remendones de aquellos años tendrían el valor y el acierto de poner a la Villa de Elda en el camino del progreso, por el que hemos caminado durante casi dos siglos, sin olvidar que nada es totalmente gratis, y levantar una industria que supuso un esfuerzo titánico que hoy estamos obligados a cuidar, para que el trabajo y la riqueza de la ciudad se mantenga y crezca. No despreciemos por tanto cualquier esfuerzo, todo suma y todos somos necesarios.

José María Amat Amer

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