Hubo un tiempo en que nuestros antiguos talleres artesanos eran lo más parecido a una pequeña reunión familiar. Allí sentados frente a frente estaban el zapatero y el aprendiz.
Dos personajes inmortalizados por los artistas que han plasmado esa
vieja estampa en sus lienzos. Una escena que también esculpió el eldense
Alejandro Pérez Verdú y que se colocó para ser recordada en uno de los
rincones de la plaza del zapatero.
El zapatero de silla era el artista que convertiría
ese conjunto de piezas que forman las partes del calzado en un zapato de
perfecta realización y primorosa belleza una vez acabado. El aprendiz,
siempre atento, auxiliaría al zapatero en los trabajos para que la
faena del maestro fuese más rápida y eficaz; al mismo tiempo, iría
conociendo las técnicas empleadas y practicando para llegar a la
necesaria pericia que le permitirá, con el tiempo, llegar él mismo a ser
un maestro zapatero.
Cuando los talleres se fueron haciendo más grandes y las fábricas se
llenaron de carros de madera para soportar las partidas de zapatos en
proceso de fabricación, entre aquellos carros, casi pasando
desapercibidos, estaban el zapatero y el aprendiz para llevar a feliz
término su tarea.
El zapatero se convertiría en aquella embrionaria industria de
fabricación de calzados, en un "empresario" con el dominio absoluto de
los pasos que iba dando su aprendiz. Él disponía de la tarea, la
entregaba y la cobraba, y de los salarios percibidos pagaría a su
aprendiz. Ese zapatero "mandaría" sobre su trabajo y la obligación solo
le llevaba a entregar en la fecha o día convenido la tarea a la que se
había comprometido. Por lo tanto la fábrica se convertía en un lugar de
trabajo al que acudía con libertad de horario. No era
extraño que esos zapateros y sus aprendices, interrumpieran la jornada
(algunas veces permanecían en las fábricas hasta altas horas de la
madrugada) para tomar un "tentempié" o incluso, si se daba el caso,
jugar una partida al frontón, al caliche o simplemente escuchar la radio
(no hace falta recordar que la televisión no existía ni en el
pensamiento).
Pero aquellos zapateros y aprendices con su forma atípica de trabajar, con su libertad horaria, con sus muchas horas de permanencia en la fábrica, dieron los pasos firmes y certeros para convertir nuestras señas de identidad en una industria de progreso. Es deber de todos reconocer los méritos de aquellos eldenses que dieron honor y gloria a nuestra noble profesión.
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