sábado, 26 de octubre de 2024

Mis sueños de zapatero, del “velador” a la “estola de San Crispín”

Hoy, querido lector del blog de calzado, lo abrimos con un recuerdo a los pioneros, a aquellos zapateros que fueron nuestros héroes de leyenda, los que en tiempos fueron los que guiaron a nuestro pueblo a asentar las bases de un zapato joya que nadie como los eldenses eran capaces de saber interpretar en sus medidas, en sus hechuras y en su disciplinada forma de acabados. Y lo hacemos con los instrumentos de los que se valieron aquellos magníficos “inventores” que se aliaban en una simbiosis perfecta entre sus manos y las herramientas que empleaban para asombrar a propios y extraños, los zapatos salidos de aquellas manos callosas y desgastadas por el esfuerzo, eran sencillamente perfectos. Un día pasé por una calle de la Barcelona antigua, cerca del barrio gótico, muy próximo al museo del calzado antiguo de aquella gran ciudad y ahora tristemente cerrado, y tropecé con un escaparate casi decrépito que daba acceso a una pequeña zapatería artesana, me paré para observar algunos zapatos junto a herramientas tradicionales, de pronto se abrió la puerta y un anciano me invitó a pasar, acepté con gusto porque en realidad era lo que deseaba. -Pase y siéntese junto al “velador”– aquellas palabras denotaban que aquel hombre era un antiguo experto en el oficio, con la palabra velador se estaba refiriendo a una pequeña mesilla de zapatero con los compartimentos propios del oficio, ya vieja y desvencijada. Me senté e iniciamos la conversación sobre el oficio y lo que representaba para ambos, en mi caso le dije que trataba de enseñar las técnicas zapateras en un instituto de Formación Profesional él, sin embargo, era también un profesor sin cátedra, es decir, uno de los tantos zapateros de silla que hubo en tiempos en la Ciudad Condal y que transmitían el oficio de otros que a su vez se lo habían enseñado a ellos. Diego, era el nombre con el que se presentó, me explicaba que el velador o mesilla de zapatero, recibía ese nombre para identificar las largas noches de vela en las que el zapatero realizaba para completar los encargos. Me introdujo en un mundo que yo ya imaginaba, me mostró utensilios que había explicado en alguno de mis libros de tecnología, pero que no tuve la oportunidad de conocerlos físicamente dada la antigüedad y que aquel hombre todavía los empleaba. Repasamos las clases de leznas que utilizaba y me mostró una de las más antiguas, el “asador”, llamado así por el parecido a un asador de cocina: el de comba; el cuadrado y el de estrella, en todos los casos me explicó cómo se manejaban y con el paso de los minutos sus emociones iban subiendo de todo, también me contagiaba con aquellas experiencias. Rodeado de cuchillas, tijeras, tenazas, tirapiés de varios tamaños y martillos, abrió un pequeño armario para mostrarme lo que él consideraba como su pequeño tesoro, se trataba de una “estola de San Crispín”. Por mis escritos sabía que en el siglo XIX había sido un utensilio muy elaborado por el zapatero, hecho de madera de olivo, pero sinceramente nunca pensé tener una entre mis manos. - ¿Cómo conserva usted este moldeador?- le pregunté con sorpresa y admiración. -Este pequeño trozo de madera lo heredé de mi difunto padre cuando yo todavía era un niño- esa fue la respuesta de aquel nonagenario que había empezado el oficio en aquel siglo en el que la artesanía lo era todo en lo que respecta al calzado. La estola de San Crispín es un trozo de madera cuadrangular y pulido que se empleaba para moldear las cañas de las botas o botines a falta de las moldeadoras modernas que llegaron años después. Nuestra conversación trascurrió entre risas y nostálgicas tristezas, en algunos momentos incluso las lágrimas se asomaron a los ojos de aquel anciano y me contagió sus mismos sentimientos. Me mostró cerdas de jabalí, trozos de pez o cerote para empegado, y aprendí cosas que incluso yo desconocía, “el tajo”, como se llamaba a un trozo de madera de diferentes tamaños, cóncavo o convexo para dar formas y que por desuso apenas llegaron a los albores del siglo XX; las colecciones de “patas de cabra” y las bisagras o bisagres con los que se pulían los cantos y los pisos, pero hizo especial hincapié en uno de ellos, “el machote” que con forma de mazo era el hierro más robusto de todos los que componían el ajuar de aquel viejo zapatero. Tras casi dos horas de conversación nos separamos como si hubiésemos sido amigos de toda la vida, esa amistad nacida en una improvisada charla me supuso mucho más de lo que yo hubiese podido soñar, aquel humilde personaje era más que un maestro, sin atisbo de vanidades, sin pretensiones mundanas más que el sentir un oficio que le había colmado de satisfacciones. Un zapatero que, en ese hombre anónimo, encerraba todas las virtudes que otros de su mismo oficio, han inspirado a nuestro pueblo de Elda en la dignidad y el honor para alcanzar un grado mucho más elevado que el de un simple trabajador.

De la horma al cielo: Santos Crispín y Crispiniano. Historia y leyenda.

 


 

 

Retablo actual del altar del conocido paso de “La Borriquita”, en la iglesia de El Salvador de Sevilla donde lo coronan las figuras de los santos Crispín y Crispiniano.

El día 25 de octubre celebramos en toda la cristiandad, el día de la exaltación de los santos patronos de los oficios de zapatero y por ende de los trabajadores del sector del calzado.

Un poco de historia

La historia de los santos patronos de los zapateros está rodeada de una parte menos histórica y más de leyenda, al menos para aquellos que son más escépticos que, en este tercer milenio, no acaban de comprender los milagros que rodean a aquellos dos jóvenes quienes, en el lejano año 285 de nuestra era, sufrieron al martirio por su fe cristiana y, en aquel padecimiento, quizá gira parte de una leyenda aunque, para las personas de fe pudieron ser ciertas.

Casi todos los autores coinciden en la santidad de ambos zapateros y de la espantosa muerte tras el suplicio que padecieron en Soissons, Francia, donde huyeron según la tradición y durante la Gran Persecución de Diocleciano a finales del siglo III. Las inverisimilitudes de los padecimientos pudieran ser hechos, o sobrenaturales, o realmente milagrosos, ya que por la razón es complicada su aceptación.

En aquel pequeño pueblo de las Galias, que por entonces pertenecía al Imperio Romano, los hermanos se dedicaron a evangelizar a la población, pero para poder sustentarse tan alejados de su lugar de nacimiento, se dedicaban a hacer zapatos, un oficio que también según la tradición, dominaban a la perfección.

Lo que se conocía por la Galia en territorio hoy francés, estaba gobernada por Recio Varo quien ostentaba el poder del emperador romano, o mejor dicho los emperadores, porque en aquellos tiempos había dos emperadores que actuaban en Roma, uno, Diocleciano, como senior, y Marco Aurelio Valerio Maximiano, llamado Hercúleo, que era el emperador guerrero que controlaba las fronteras, éste ordenó el apresamiento de Crispín y Crispiniano, los  hizo azotar y clavar a postes por los pies y las manos; sin embargo, unos ángeles vinieron y los curaron, más tarde fueron arrojados al río, pero sobrevivieron, otras leyenda nos hablan de que fueron arrojados a calderas de agua hirviendo y resultaron ilesos. Finalmente fueron decapitados.

Los ejemplos de los zapateros perduran en el mundo

Especialmente en la Edad Media, los gremios de zapateros en Europa tenían a Crispín y Crispiniano como ejemplo de laboriosidad en el oficio y defensa de la fe ante el martirio que buscaba la retractación.

En otros trabajos hemos hablado ampliamente de estos santos zapateros, pero hoy vamos a hablar de la presencia en nuestras iglesias. En algunos templos católicos que visito en alguno de mis viajes, la permanente presencia de Crispín y Crispiniano sobrepasa lo que en un principio pensé estaba circunscrito solamente a las zonas de tradición zapatera. Sin embargo, al ser los patronos de los zapateros y del oficio, en muchas iglesias y catedrales hay altares expresamente dedicados a su memoria y veneración.

Hace unos días, en Sevilla, estuve conversando con un viejo zapatero que me recordaba algo que conocía a medias, y aquel hombre me completó la información.

La Cofradía de San Crispín y San Crispiniano

La Hermandad de San Crispín y San Crispiano en Sevilla data de 1515, y fue un gremio de los zapateros de la ciudad, la cual tuvo su sede en la segunda Iglesia más importante después de la Catedral, la Iglesia Colegial de El Salvador.

Los zapateros tuvieron un retablo en una de las naves laterales de El Salvador, pero después de la construcción del edificio, en 1712, los hermanos zapateros de la cofradía decidieron construir un nuevo retablo para dar más relevancia a los patronos mártires.

Hoy el retablo se conserva en la cabecera de la nave de la Epístola de la citada Iglesia, aunque la hermandad quedó extinguida en el siglo XIX.

El gremio de los Hermanos de San Crispín y San Crispiniano de Sevilla llegó a tener hasta 348 hermanos miembros de la cofradía, lo que nos da idea de la importancia de una cofradía de zapateros y curtidores que era la más poderosa de la ciudad del Guadalquivir.

Los altares de santos zapateros se repiten en cientos de pueblos en todo el mundo pero, sin salir de nuestras fronteras, es muy llamativo observar como en Andalucía, en Castilla, en Cataluña etc., hubo gremios o cofradías dedicadas a socorrer, entre otras, a los zapateros o sus familiares en momentos de apuro o necesidad. Una labor humanitaria y asistencial que dice mucho de la merecida fama de este oficio.